Tanto el arte como la meditación nacen siempre de la entrega; nunca del esfuerzo. Y lo mismo sucede con el amor. El esfuerzo pone en funcionamiento la voluntad y la razón; la entrega, en cambio, la libertad y la intuición. Claro que bien podríamos preguntarnos cómo puede uno entregarse sin esfuerzo. Los chinos tienen un concepto para eso: “wu wei”, hacer no haciendo. “Wu wei” consiste en ponerse en disposición para que algo pueda hacerse por mediación tuya, pero no hacerlo tú directamente, forzando su arranque, desarrollo o culminación. Lo único necesario para esta entrega es estar ahí, para captar de este modo lo que aparezca, sea lo que sea. La meditación es algo así como una rigurosa capacitación para la entrega. De manera que no hay que inventar nada, sino recibir lo que la vida ha inventado para nosotros; y luego, eso sí, dárselo a los otros. Los grandes maestros son, y no hay aquí excepciones, grandes receptores.
(…) En la meditación no hay, al menos en apariencia, un desplazamiento significativo de un lugar a otro; hay más bien una suerte de instalación en un no-lugar. Ese no-lugar es el ahora, el instante es la instancia.
(…) Podría definir la meditación como el método espiritual (y cuando digo “espiritual” me refiero a búsqueda interior) para desenmascarar las falsas ilusiones. Buena parte de nuestra energía la derrochamos en expectativas ilusorias: fantasmas que se desvanecen en cuanto los tocamos. Lo ilusorio es siempre producto de la mente, a la que le gusta distraer al hombre con engaños, llevarle a un campo de batalla donde no hay guerreros, solo humo, y aturdirlo hasta dejarle sin capacidad de reacción.
(…) Cuando estoy caído, el maestro no me levanta, pero me muestra con elegancia que es mucho mejor estar de pie. Y me enseña a reírme de mis resistencias. En sus enseñanzas hay una perfecta combinación entre exigencia e indulgencia, entre humor y gravedad” (sobre Elmar Salmann, monje benedictino y teólogo).
PABLO D’ORS «Biografía del silencio» (2012)