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A MÁS QUÉ, MENOS CÓMO

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(O LA IMPORTANCIA DE LA METODOLOGÍA EN LA ENSEÑANZA DE LA FOTOGRAFÍA)

  • El título de este artículo es un evidente homenaje al libro de Jorge Wagensberg A más cómo, menos por qué. 747 reflexiones con la intención de comprender lo fundamental, lo natural y lo cultural (Metatemas, 2006), del que tanto he aprendido. “El humano es un animal creador” (306).

Empecé a impartir clases de fotografía en 1995 en la Escuela de Arte de Murcia. Entonces, lo único que me preocupaba era saber mucha técnica. Creía que dar clase consistía, esencialmente, en dominar la materia y para mí, entonces, la fotografía era sólo eso. Devoré todos los libros disponibles, la mayoría escritos en inglés y mal traducidos al castellano. Pasé horas y horas intentando descifrar lo que decían y practicando para aplicar eso a mi practica docente, con los escasos medios que tenía a mi disposición: un aula/plató con dos flashes de 250W y un ciclorama de cartulina -en la que había que apilar las sillas y las mesas en un rincón cuando queríamos hacer fotos- y un laboratorio anexo de blanco y negro sin ventilación.

La fotografía era una asignatura, entre muchas otras, en el programa de mis alumnos, que estudiaban gráfica publicitaria, ilustración, escultura o diseño de interiores, y mi objetivo era despertar el interés hacia ella como una herramienta creativa más. Aún no la concebía como un medio autónomo y desconocía la singularidad que representaba en la historia de las imágenes. Así, me esforzaba por diseñar actividades originales, divertidas, que vinculaba a contenidos exigidos por B.O.E. en su currículum oficial y que habían sido listados allí, sin pasión ni empatía, atendiendo sólo a los índices de esos libros importados: la luz, la cámara, las lentes, etc. El modelo que seguía era el clásico: primero impartía una clase teórica con los conocimientos técnicos que necesitaban para realizar la práctica, les daba una propuesta cerrada y se ponían a trabajar, a realizar lo que yo había soñado. No había nada de ellos en sus ejercicios, sólo ingenio para resolverlos en el tiempo propuesto. Cumplir plazos y entregar. En aquella época, yo no prestaba atención a la metodología, me limitaba a repetir lo que había visto hacer a mis profesores porque creía que era la única forma de hacerlo. 

En 1999, mientras estaba inmersa en aprender toda la técnica que podía, llegó a mis manos un folleto sobre unos talleres de fotografía en Cabo de Gata. Pablo Ortiz Monasterio impartía uno sobre edición y me apunté. No tenía ni idea de quién era él, ni qué era eso de la edición, ni quién era Mestizo, ni Paco Salinas, ni Óscar Molina, los que hacían la convocatoria. Tampoco había estado nunca en Cabo de Gata, a pesar de vivir a sólo dos horas de allí, ni sabía nada sobre la magia cultural que atesoraba. En ese taller no se habló ni un sólo día de técnica, y yo no me atreví a sacar el tema porque intuía que no procedía. Sin embargo, se citaba a Koudelka, Plossú o Álvarez Bravo como si fueran de la familia. Aprendí tanto que mi percepción de la fotografía cambió para siempre.

A la vuelta, empecé a arrinconar los libros de técnica y a buscar libros de historia de la fotografía. Cómo era posible que yo no supiese quién era Don Manuel Álvarez Bravo, ni Edward Weston, ni Robert Frank, ni Ramón Masats… Sigo avergonzada desde entonces. Yo estudié Ciencias de la Imagen en la Universidad Complutense de Madrid y allí la fotografía era un parcial de una asignatura de Tecnología que sólo se impartía en cuarto curso; es decir, la fotografía ocupaba apenas un cuatrimestre. Eso sí, tuve la suerte de ser alumna de D. Enrique Torán, eminente director de fotografía que, tiza en mano y sin más recursos, se esforzaba por explicarnos los fundamentos de la materia. Paradojas de la vida, fue la única materia, junto con Teoría de la Imagen de 1º, impartida por Justo Villafañe, que suspendí en toda la carrera (me costó un año entender que esas «representaciones icónicas de la realidad» a las que se refería constantemente eran imágenes). Luego dedicaría mi vida profesional a ambas. Las palabras de Torán, cuando fui a verlo a su despacho para que me explicara qué podía hacer para recuperar la materia, aún resuenan en mi cabeza: “haga usted fotos este verano, señorita, haga usted fotos”. Ahora les digo lo mismo a mis alumnos, “hagan fotos, por favor, hagan fotos”. 

En 2005 se implantó el Ciclo Formativo de Grado Superior de Fotografía en la escuela donde yo trabajaba y fue un tsunami. Ya no se trataba de enseñar fotografía a nivel básico o como materia complementaria a otras disciplinas sino como profesión. Mis diez años de experiencia me sabían a nada. Todo eran lagunas a mi alrededor. Empecé a trabajar a fondo con el currículum oficial, que era y sigue siendo un disparate, visité otras escuelas y pedí ayuda a todos los amigos dispersos por la península que se dedicaban a lo mismo. También tuve que aprender a trabajar en equipo, se amplió la plantilla y llegaron compañeros nuevos. La primera batalla fue cómo distribuir los contenidos entre primer y segundo curso -el currículum no diferencia en materias progresivas, es decir, las que se imparten durante dos años seguidos, que era lo que duraba la titulación, hasta entonces la única oficial-. El criterio que se impuso, por mayoría, fue impartir blanco y negro en primero y color en segundo (sic). Yo no estaba de acuerdo y seguí buscando otra manera de enseñar fotografía. Mis clases se convirtieron en una isla y la utopía del trabajo en equipo desapareció (hasta unos años después, cundo llegaron otros compañeros y todo cambió). 

De forma paralela, obligada por la necesidad de impartir una materia del currículo que se llamaba Teoría Fotográfica, empecé a leer todo lo que podía sobre este tema del que, hasta entonces, apenas había tenido referencias. Qué es la fotografía, para qué sirve y cómo la utilizamos, qué significa y cómo lo hace, cuál es su relación con las otras disciplinas artísticas… Afortunadamente, mi formación me había dotado de una leve estructura sobre estudios relacionados con la comunicación, la semiótica y la teoría de la imagen -que no sobre teoría del arte, crítica o estética, a las que llegaría después-, que me permitió ir asimilando los nuevos conceptos de forma relativamente ordenada. Esta cuestión también es fundamental en todo aprendizaje, cuándo aprendes qué. Y una vez más, fue un maestro, Enric Mira, quien me permitió ampliar y sistematizar esos conocimientos y dar un paso de gigante en mi formación.

Ese mismo año impulsé mi primer proyecto educativo, Learning in progress, gracias a la complicidad de Mara Mira, que entonces dirigía el Centro Párraga de Murcia. Mi propuesta era que los alumnos, después de asistir a clase, se instalaran en este centro de creación para documentar todo lo que allí pasaba. Fotografiar teatro y danza como un encargo profesional me parecía la mejor escuela del mundo (movimiento, luz, composición, narrativa, edición, fechas de entrega…). Fue la primera vez que atisbé la posibilidad y la fuerza que tenía “aprender haciendo”. Incluso llegamos a crear un blog para una de las compañías en residencia, Teatro Atroz, que fue otro punto de inflexión en el desarrollo de mi carrera profesional. Un año después, en 2006, y animada por Mara de nuevo, organizaría allí mismo Mundo Blog, el primer encuentro regional de blogueros, que a su vez se convirtió en el primero que se celebraba a nivel nacional, y en 2007 nació Cienojos, que sería mi gran proyecto personal y profesional durante varios años.

De aquella colaboración con el Centro Párraga nació, a su vez, un proyecto breve pero intenso, que me introdujo en el mundo de la gestión cultural. Con cuatro de mis mejores alumnos creé el Colectivo Aver, dedicado al activismo fotográfico. Desarrollamos unos cuantos proyectos juntos (Refoto, El observatorio, Cartagenians…) y luego nos separamos. Yo creé Cienojos y todo lo que vino después, Juanan y Selu empezaron a crecer como autores, y Marga y Sergio desaparecieron del panorama fotográfico.

Durante todos esos años, del 2005 al 2013, orienté mi esfuerzo primero a la teoría fotográfica -que concluyó con una tesis doctoral sobre la producción escrita de Joan Fontcuberta dirigida por Enric Mira y Juan Miguel Aguado, a los que nunca dejaré de agradecer todo lo que me enseñaron- y después a la búsqueda de un método para desarrollar proyectos fotográficos porque intuía que desde ahí podría hacer avanzar a mis alumnos. Y digo “intuía” porque entonces, en la fotografía, no se hablaba apenas de proyectos, ni siquiera existía la asignatura como tal -todo cabía en un gran contenedor llamado “Fotografía Artística”-. Sin embargo, en el mundo del diseño o la arquitectura, que me resultaba tan próximo por los años que había estado impartiendo fotografía en esas especialidades, tenían todo un andamiaje proyectual construido, como en el mundo de la ingeniería, que yo estudié y adapté a la fotografía.

En 2008 me llamaron de la Escuela Europea para la Comunicación y las Artes Visuales, de Alicante, para que impartiera un módulo en su máster de fotografía sobre este tema. Fueron mis primeras clases sobre metodología proyectual. Desde entonces, itineré por toda España -escuelas, asociaciones, universidades-, enseñando a la gente a producir con este método que consistía, esencialmente, en pensar primero y hacer fotos después. En 2017, una de mis alumnas de entonces, Rosa Isabel Vázquez, publicó un libro, El proyecto fotográfico personal, que desarrolló de forma exhaustiva lo que yo había planteado. Para entonces, ya había dejado de utilizar ese sistema de trabajo como columna vertebral en mis clases.

Y dejé de aplicarlo porque observé que no obtenía los resultados que esperaba. Mis mejores alumnos se paralizaban ante tanto papeleo (justificaciones, investigaciones y temporalizaciones) y no hacían fotos. Sin embargo, a los menos creativos el método les encajaba como un guante, ya que les permitía camuflarse. El resultado fue un montón de proyectos aburridos y anodinos, ecos de ecos, que no aportaban nada a la fotografía, que no la hacían avanzar en ninguna dirección, sólo seguir dando vueltas sobre lo que ya teníamos. Me di cuenta que me había equivocado al intentar aplicar un método que procedía del mundo de la ingeniería al arte, que resultaba útil para todo lo que tenía que ver, sobre todo, con la comunicación del proyecto pero que no atendía, desde dentro, a lo que de verdad importaba, la creación de imágenes y los procesos internos que la impulsaban, con todos sus recovecos y contradicciones.

De forma natural se despertó en mí el interés por escuchar directamente a los creadores, de cualquier disciplina, por colarme en sus conversaciones como invitada. Empecé a leer sus biografías y cualquier entrevista inteligente que llegara ante mis ojos así como los escasos documentales de calidad que encontraba. Mi objetivo era aprehender su obra, hacerla mía sin contextos teóricos, ni statements ni cartelas, como me enseñó el educador del MOMA Philip Yenawine (su equipo diseñó una metodología para ver el arte que llamaron Visual Thinking Strategies, VTS, en la cual me formé y también he incorporado en mis clases). Sólo sumergirme en sus imágenes y percibir lo que me fuera dado, desde la intuición y la emoción. Es decir, entrené progresivamente a mi cerebro para desarrollar lo que la neurocientífica Beatriz de Gelder llama “visión inconsciente” y que requiere “apagar” determinadas áreas del cerebro para concentrar toda la atención en una tarea concreta, como ocurre durante la meditación, o exactamente igual que hacen los deportistas de élite cuando compiten. 

Esta habilidad la sigo desarrollando y es la base de la metodología que uso ahora con mis alumnos de Proyectos y también en los visionados que hago. Digamos que, en palabras de Daniel Kahneman, primero pienso rápido, es decir, utilizo el sistema 1 de mi cerebro, el intuitivo y emocional, para saber en qué punto de su desarrollo fotográfico se encuentra cada uno de ellos, cómo fotografían y desde dónde, qué les impulsa y qué les frena. Pero luego también pongo todo lo demás, activo el pensamiento lento, mi sistema 2, deliberativo y lógico, y me esfuerzo por proporcionarles recursos específicos para cada uno de ellos, mientras los acompaño en su progreso. Sin imponerles nada pero exigiéndoles mucho en cuanto a su actitud ante la fotografía, obligándoles a interrogarse de forma permanente sobre todo y a encontrar sus propias respuestas. 

Así que, hace un par de años, sacudí la mochila de mi experiencia, reseteé mi disco duro y aposté por un modelo nuevo, que aún estoy configurando. Se basa, sobre todo, en la atención absolutamente personalizada porque el contexto en el cual trabajo me lo permite. Tengo grupos reducidos y alumnos con procedencias e intereses divergentes. Apenas imparto clases teóricas, sólo cuando me lo piden o surge un tema que lo demanda. Tampoco hago exámenes, claro. “O educación o exámenes”, decía Giner de los Ríos. No les doy una lista de tareas concretas ni les digo lo que tienen que hacer. Sólo les pido que creen, que sean libres, que experimenten e investiguen, que trabajen para ellos, que se hagan autoencargos para empezar a concebir su propia obra y tener un porfolio coherente. Mis alumnos aprenden haciendo, eso es todo. Y cada uno aprende lo que precisa, lo que demanda. Trabajo desde lo que despierta su atención y lo que hago, esencialmente, es intentar despertarla cada día, tambaleando de paso sus certezas y las mías, cuestionando sus patrones de pensamiento lógico y activando su pensamiento divergente, para impulsar un proceso de experimentación-creación-reflexión, y no a la inversa. Porque las ideas y las imágenes, en las artes visuales, llegan antes que las palabras, como aprendí de Olafur Eliasson.


El año pasado, mis alumnos de 2º curso de Proyectos de Fotografía (2019-20) hicieron su presentación final de curso, en la explicaban a sus compañeros dónde empezaron a trabajar conmigo, cómo eran sus imágenes antes y qué habían hecho desde entonces, reflexionando sobre su propia evolución. Y estas son algunas de las conclusiones que elaboraron, que transcribo tal cual (previa autorización de ellos), como un tesoro que me gustaría conservar:

DANIEL: He aprendido a caminar y, lo que es más interesante, a orientarme. He subido montes y colinas de la mano de la profesora pero ahora me siento capaz de escalar el Everest. Fui capaz de aprender algo de cada autor y ver con buenos ojos a fotógrafos de disciplinas totalmente distintas a las que me gustan. Para mí fue muy importante canalizar el gran flujo de información recibido en clase y adaptarlo a mi persona y mis conocimientos. Aprendí a contar historias con imágenes. Aprendí a llevar a cabo un proyecto fotográfico. Conocí a lo que me voy a enfrentar, clientes, exposiciones, concursos fotográficos. Aprendí numerosos recursos que me permitirán tener una gran capacidad de adaptación. También he aprendido a hacer autocrítica de forma constructiva y estrategias para superar la multifrustración fotográfica. Me ha servido para saber dónde estoy metido. Me ha ayudado a conocerme. Ahora sé quién era yo cuando empecé el curso, quién soy ahora y quién puedo llegar a ser. Soy consciente de la gran evolución que he tenido.

RAQUEL: Durante este año he aprendido más de lo que podría imaginar. Lo noto sobre todo a la hora de ver fotografías, siento cosas que hace un año no podía o no sabía ver. Además he aprendido dónde buscar y dónde inspirarme para hacer fotografía social (por ejemplo, que es a lo que me quiero dedicar profesionalmente). Con esto quiero decir que he aprendido a no buscar lo que todo el mundo ve, sino remontarme años atrás para poder inspirarme y conseguir buenas fotografías. Mi rendimiento durante este año, sinceramente, he de decir que ha sido lento y a pasos muy cortitos, ya que entré en el curso con unas ideas y unas afirmaciones sobre la fotografía que al final me he ido dando cuenta de que estaba equivocada y me ha costado tiempo asimilar esto.

En cuanto a mi evolución como persona y fotógrafa he de decir que estoy muy contenta, pues aunque haya dado pasitos muy pequeños y muy lentamente he notado una evolución bastante grande. Cuando entré en la escuela, hace dos años, no hubiera podido imaginar que iba a salir con todos los conocimientos que tengo ahora. Ya que entre con muy poca, por no decir ninguna, cultura fotográfica y ahora la fotografía consigue sorprenderme cada vez más. En cuanto a conocimientos técnicos, también he notado una gran evolución, como a la hora de coger mi cámara y hacer fotografías, manejar y controlar mejor los programas de revelado, retoque y edición, utilizar cada vez más el lenguaje apropiado de la fotografía y el aumento de conocimiento e interés por fotógrafos de múltiples géneros fotográficos.

En conclusión, después de estos dos años en los cuales he aprendido mucho, tanto de los profesores como de mis compañeros, he de decir que me voy muy contenta y dispuesta a seguir aprendiendo.

CRISTIAN: Este curso ha sido corto pero intenso. Entré a la escuela rechazando la fotografía artística, creyendo que la verdadera fotografía era la técnica y estéticamente perfecta, pero con el paso de los meses me he dado cuenta de que no. Mi sensibilidad visual ha aumentado de una manera que no me esperaba, sabiendo apreciar las buenas obras y admirándolas como es debido. Recuerdo en 1º que la profesora de Teoría de la Foto (Claudia) nos enseñó un diccionario de fotógrafos españoles para que eligiésemos el que más nos gustase y explicásemos el por qué. Me costó elegir uno que me gustase y no sabía ni explicar el por qué. Sin embargo, a día de hoy, vuelvo a repasar las páginas del diccionario y lo que ahora me cuesta es elegir a uno que no me guste.

En 2º de fotografía, la profesora me hizo que cambiase totalmente la percepción que hasta ahora tenía, llegando a realizar unos proyectos que no me había podido imaginar hace un tiempo. Además, hay otra cosa que no se si es buena o mala, y es que si un día hago una fotografía, a los pocos días ya no me gusta, lo cual creo que también es fruto de un avance continuo.

Por último, mi ritmo de trabajo ha ido aumentando a lo largo del curso, consiguiendo motivarme en cada momento ya que ahora sí que estaba haciendo lo que realmente me gustaba y me motivase.

FRAN: Fotográficamente, he aprendido a mirar las imágenes de una manera menos subjetiva, separando el yo fotógrafo del yo espectador. Claro está que esto es solo el comienzo del camino, y que es un camino largo. Pero esto me ha ayudado a aprender de cualquier tipo de fotografía, no sólo de la que a mí personalmente me pueda resultar atractiva. 

También tengo ya interiorizadas las pautas a la hora de realizar un proyecto fotográfico, cosa que me servirá en un futuro para la realización de cualquier proyecto personal o cualquier encargo profesional. Sé , por tanto, desglosar el desarrollo que tiene que llevar un proyecto fotográfico para que tenga un cierto peso, valor o coherencia para que pueda ser llamado así.

Por otro lado, mirarme a mí, mirar mi fotografía desde mi yo, aprender a hacerlo, ha sido algo que personalmente valoro mucho y positivamente, sobre todo gracias a Mónica, que es la que me ha ayudado a replantearme absolutamente todo. Cuestionar lo que venía haciendo, cuestionar qué es lo que quería hacer, y darle la vuelta a lo que pensaba que estaba bien o que estaba mal, y darte cuenta de que no hay bien o mal, sólo estás tú y lo que quieras contar con tu fotografía. 

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